La importancia que España logró en Europa en el siglo XVI estuvo basada en el poder y la inmensa riqueza que tenía a su disposición a través de los dominios descubiertos y conquistados en América. Y ese poder y riqueza afectaron la forma y la dirección en que se desarrollaron los otros Estados europeos que se estaban consolidando.
La monarquía española combinó dos conjuntos de recursos. Por una parte, se benefició más que ninguna otra de la política matrimonial dinástica. Y por otra, la conquista de América le proporcionó una superabundancia de metales preciosos. En el siglo XVI, el Estado español contó con un volumen de territorio, influencia y tesoros, que ninguna monarquía rival podía igualar.
A fines del siglo XV (1469) , el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón —los dos reinos más importantes— sentó las bases de la unidad política de España. Sin embargo, el poder de la monarquía no fue reconocido del mismo modo en todas las regiones del reino. Isabel y Fernando pusieron en práctica un programa de reorganización económica y política para fortalecer su autoridad, pero no lograron la fusión administrativa entre Aragón y Castilla. Los Reyes Católicos no pudieron establecer una moneda única ni un sistema fiscal y legal común dentro de sus reinos.
Durante la primera mitad del siglo XVI, Carlos de Habsburgo, el nieto de los Reyes Católicos, fue elegido emperador del Imperio Germánico.
Sobre la base de los territorios de la Casa de Austria (a la que pertenecía su padre, Felipe de Habsburgo) y los territorios de Castilla y Aragón (que había heredado su madre Juana), Carlos V se propuso reconstruir un imperio universal cristiano. Amplió su base territorial en Europa y justificó la extensión de su dominio en la defensa de la religión católica.
Sin embargo, la tentativa de Carlos V de unificar política y culturalmente los Estados que formaban el Imperio Germánico, se enfrentó con una pluralidad de lenguas, tradiciones y costumbres. También contribuyeron al fracaso del imperio europeo los enfrentamientos que originó la Reforma protestante. Este fue un movimiento que se originó en Alemania en 1517 y dividió a los miembros de la Iglesia cristiana en católicos y protestantes.
El emperador no logró establecer la monarquía hereditaria ni una administración centralizada. Pero el intento de Carlos V de organizar un imperio provocó la reacción de los otros Estados. Muchos reyes y príncipes lucharon contra él para asegurarse el dominio en su territorio. Desde esta época se fueron estableciendo las fronteras que separaban los territorios de cada Estado.
Uno de los mayores logros de Carlos V fue la ampliación de los dominios de los Habsburgo. Pero fue inevitable la delegación de poderes en consejos y virreyes a cargo de la administración de las diferentes posesiones debido a la expansión territorial. La gran extensión del imperio de los Habsburgo hizo imposible su integración y obstaculizó el proceso de centralización administrativa.
Además, el Estado español se endeudó con préstamos para costear las guerras europeas. En 1556, cuando dejó el trono a su hijo, los ingresos de Carlos V se habían triplicado, pero como las deudas reales eran tan grandes, su heredero, Felipe II, tuvo que declarar la bancarrota del Estado un año después. Su gobierno es ejemplo de centralización y absolutismo. Establece definitivamente la capital del estado en Madrid. Símbolo de su poder es el Escorial, mausoleo, monasterio y residencia real.
A finales del siglo XVI los envíos de plata desde América habían llegado a sus niveles más altos entre 1590 y 1600, pero los costos de las guerras habían crecido todavía más por lo que las finanzas del reino y la economía del país se encontraban en crisis. En 1596, Felipe II tuvo que decretar una nueva quiebra oficial.
Durante el siglo XVII, España fue perdiendo la mayor parte de sus dominios europeos a pesar de nuevas guerras para impedirlo, y se agravaron los problemas internos económicos y sociales.
Los tres reyes Habsburgos sucesores de Felipe II que ocuparon el trono de España durante el siglo XVII, fueron: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Recibieron el nombre de Austrias menores en oposición a sus antecesores, ya que fueron los peores monarcas de su tiempo, débiles y holgazanes; entregaron el poder a sus favoritos, quienes, gobernando en provecho propio, hundieron a España.
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